Como todas las mañanas, la mano derecha de Eva sostiene la navaja
que afeita al hombre inmóvil. La cara se va llenando de espuma hasta hacerlo
invisible. Hay un instante de más, un segundo exagerado en el que los ojos
sumisos se preguntan hasta cuándo. Por toda respuesta, tiembla la mano y brilla
el filo de la navaja que barre la espuma. Se detiene en la boca y zigzaguea en
el cuello. El agua fría contra los restos de espuma anuncia el fin de la tarea.
La toalla le devuelve la cara al hombre.
Cada mañana, mientras él
desayuna por una cánula, Eva se mira en el espejo. Hace una pregunta a la que
es ella: ¿hasta cuándo? Extiende la mano y acaricia su retrato. Nunca se
responde: la navaja, con el corazón metálico de arma, late con fuerza y ella la
esconde con el temblor de siempre antes de que le insinúe con palabras tajantes
el corte.
Valeria Correa Fiz, breve biografía literaria, aquí
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